Ahora es la vida quien te ahoga. Sus enormes mano te estrellan contra las olas, y tu coges bocanadas de aire, pero nunca son suficientes. Luchas contra esta fuerza por volver a ver el sol.
De repente todo está oscuro.
Me ahogo, no puedo respirar, noto viscosidades tocando mi cuerpo. Puedo moverme, sé que es agua lo que me rodea, pero es todo miedo.
Vaya, eran mis ojos los que no me dejaban ver.
Los abro, y descubro que hay motas de luz en la oscuridad, que son pequeñas partículas atravesadas por la luz y que parecen estrellas que se mueven con la corriente.
Sigo rodeada de oscuridad, pero esas viscosidades ahora son peces de un millón de colores, la arena del fondo está fría, pero alberga plantas capaces de vivir de los nutrientes del mar y la oscuridad, como si fueran hijas del mismísimo demonio.
Veo medusas, veo barcos pasando por encima de mi cabeza.
Estoy totalmente sumergida.
Toma impulso y sal a la superficie, me dijeron. Ahora sé que nunca estuvieron aquí abajo.
La vida, esa mano que me empujó para que muriese en las profundidades, me brindó la oportunidad de encontrar la belleza de lo que no conocía.
Mis miedos, que antes me mordían los dedos de los pies, ahora nadan a mi alrededor, cada uno con su historia y su color. Ahora puedo aceptaros, porque os he conocido y he aprendido de vosotros, y algún día tal vez podáis desaparecer en el inmenso mar de mi vida.
Mis inseguridades, las viscosidades rasposas que se pegaban a mi e intentaba arrancar, han pasado a ser parte de mi. Ahora puedo aceptaros, porque me quiero y entiendo que me hacéis ser lo que soy, y que esas diferencias me hacen hermosa.
La arena sigue siendo fría, pero es firme. Ahora si puedo impulsarme sobre ella.